Vivimos una época donde nos choca la demolición de barrios enteros a un ritmo cruelmente impetuoso, para la edificación de nuevos con el pretexto de la mejora, pero donde como último objetivo impera el beneficio económico. Es un tiempo en el que se considera que es mejor que los barrios pobres desaparezcan, para que se alcen otros nuevos, de lujo, en el lugar de las pequeñas pero antiguas viviendas unifamiliares y de los edificios de dos plantas. Y, naturalmente, inaccesibles por los anteriores inquilinos de la vecindad. La especulación desafía el agotamiento de los recursos naturales de la tierra y combate el respeto a lo viejo, con el resultado de que se elimina de la geografía urbana la memoria histórica, sacrificada por el altar del progreso.
Erika Yurre y Pedro Salgado no se impresionaron por lo recién construido y lo imponente; tampoco se acomodaron a las facilidades que éste pretende ofrecer. Se interesaron en las viviendas casi en ruinas y vacías, testigos de cargo para una sociedad consumista que en plena falta de juicio se deshace de lo viejo, para poner los ojos impacientemente en lo nuevo. Prefirieron dejar su mirada errante en el pasado buscando en éste la sinceridad de la simpleza.
Con la curiosidad y el empeño que acompañan a todos los investigadores en sus descubrimientos, exploraron las desde hace décadas abandonadas casas de pueblo. Y ellas, desatendidas por posibles herederos, les abrieron las puertas con gratitud y revelaron sus secretos silenciados, desdeñados y casi borrados por el paso del tiempo.
En su trabajo, la severidad de la realidad se somete a la tierna mirada del artista y el fruto que se nos ofrece, bien madurado, satisface nuestra necesidad de evocar. Mientras, al mismo tiempo, se nos tranquiliza afirmando que la voz del pasado no ha cesado de conversar con la del presente.
Kyriakí Cristoforidi
filóloga e investigadora de teatro
“Era un retrato viejo, carcomido en los bordes; pero fue el único que conocí de ella. Me lo había encontrado en el armario de la cocina, dentro de una cazuela llena de yerbas: hojas de toronjil, flores de castilla, ramas de ruda. Desde entonces lo guardé. Era el único. Mi madre siempre fue enemiga de retratarse. Decía que los retratos eran cosa de brujería. Y así parecía ser; porque el suyo estaba lleno de agujeros como de aguja, y en dirección del corazón tenía uno muy grande donde bien podía caber el dedo corazón.”
(Juan Rulfo. Pedro Páramo)
Uno de los vívidos recuerdos que conservo es de unas vacaciones de Navidad de 1970, en un pueblo del sur de Cantabria. Data de cuando yo tenía doce años y se resume en una imagen: una vaca bajando una escalera.
Recuerdo la que había sido casa parroquial, se la conocía por el nombre del último cura que la ocupó un tiempo después de acabada la guerra civil. A la muerte de éste quedó deshabitada y en los años sesenta había sido transformada en pajar y establo, para guardar los enseres de labranza y el ganado. Las vacas rumiaban acostadas sobre el barro del corral, a la sombra de la iglesia vecina, vagaban entre el granero y la cocina. Y subían (o eso me pareció entonces) a examinar los dormitorios del primer piso.
La curiosidad me llevó a explorar la casa donde, apartando las vacas, me encontré en otra época, entre calderos, cazos y sartenes de la cocina. Una mesa, viejas sillas y los platos en el aparador. En las alcobas, una cómoda y arcones llenos de libros desbaratados. Descubrí, en la penumbra de un desván, negros anaqueles atestados de libros. Recogí uno del suelo y lo acerqué al ventanuco. Estaba en latín, “De rerum natura” de Lucrecio, forrado en pergamino, las páginas manchadas de humedad y retorcidas. Lo envolví con mi chaqueta y seguí indagando. Más tarde busqué la salida.
Entonces ya era capaz de evocar ciertas pinturas de Rembrandt, de Adriaen van Ostade y los Teniers. Por un momento me pareció que allí la luz, la atmósfera, eran semejantes a las atmósferas y luces de los interiores que pintaban estos holandeses del siglo XVII. Aquel día fue la primera vez que me hubiera gustado tener una cámara fotográfica y registrar los rincones y objetos que había visto y que, intuía, estaban a punto de desaparecer. No me equivocaba, una semana después pude ver cómo apilaron toda la biblioteca en el centro del corral e hicieron una gran hoguera que ardió toda la tarde y se apagó con la primera nevada de aquel año.
Tito Lucrecio Caro se salvó de la quema. Su título, sobre la naturaleza de las cosas, me dio qué pensar. He llegado a creer que las cosas tienen alma, que es una parte del alma del que una vez fue su dueño y las tuvo en alguna estima. Aquellos libros pueden servir de ejemplo. En la casa parroquial me impresionaron las cosas que me rodeaban, las estampas, calendarios y fotografías que colgaban de las paredes, los enseres de cocina, los muebles, la biblioteca. Las cosas me hablaban. Me hablaban del ascético y culto habitante que, una vez, vivió allí. Con pena, me hablaron después, del alma de inquisidor del vecino ganadero, de su poca sensibilidad.
Desde entonces, he pensado muchas veces en el poder de ciertos objetos para conservar el aura, la energía, de quienes alguna vez hicieron uso de ellos. Observar los objetos en su espacio original, en el que, una vez, fue una vivienda de un individuo, de una familia a los que han sobrevivido. Objetos subsistiendo a los cambios de los tiempos, a la incultura, a la falta de sensibilidad de los que no saben apreciar su valor espiritual, cultural, estético, etc. Poniendo atención, podemos percibir hasta que punto los objetos nos dicen tantas cosas de aquellos con los que estuvieron en contacto.
Sobre la naturaleza de la fotografía, sobre sus características y posibilidades para atrapar el tiempo que huye, empecé a ser consciente con las lecturas de Walter Benjamín, Roland Barthes, Susan Sontag y Philippe Dubois. Además de la observación constante y atenta de la obra de buenos fotógrafos.
Creo que hay alguna verdad escondida en esa idea, común al personaje de “Pedro Páramo” de Rulfo, a ciertas tribus primitivas y a los coetáneos del daguerrotipo, que la fotografía es una cosa de brujería.
El grupo “Anamnese” formado por Erika Yurre y Pedro Salgado buscan el alma de las cosas bajo los estratos que los tiempos van acumulando. Registran lo que está en riesgo inminente de ser borrado del mapa por la falta de cultura, de sensibilidad o, simplemente, porque los nuevos tiempos entran arrasando con los últimos rincones de pueblos y ciudades, con los viejos objetos abandonados en casas deshabitadas. Lo que en el pasado formaban parte de un modo de vida campesino, minero, marinero, urbano etc. ya desaparecido.
Es una labor de arqueólogos, pero hay más que arqueología en sus planteamientos. Hay un esfuerzo por recuperar las cosas, los espacios, recrearlos en imágenes. Y hacerlos objeto de una serie de reflexiones sobre la memoria, los recuerdos, el pasado, el olvido, la muerte, el diente del tiempo. Los artistas que trabajan por recuperar la memoria (esto es, contrarrestando el olvido) buscan una forma de inmortalidad. Buscan, de alguna manera, vencer a la muerte.
Todo ello forma parte de la actividad del grupo “Anamnese” que asume el difícil papel del artista que lucha contra los estragos del paso del tiempo. No hay que olvidar que además de dibujantes, son fotógrafos. En sus planteamientos sobre el tiempo, la memoria, los recuerdos, etc. coinciden con la labor de una serie de destacados fotógrafos en documentar un presente huidizo, la existencia de un determinado orden social, de culturas, espacios y gentes que dejaron de existir pocos años después de ser fotografiados.
Coinciden con Eugene Atget y su registro fotográfico del viejo París, con las fotografías antropológicas que Edward Sheriff Curtis realizó entre las ya desaparecidas tribus de los indios norteamericanos, con la visión sociológica que el alemán August Sander desarrolló en las series “Retratos del siglo XX” y “Hombres del siglo XX”. Podemos aventurar que Juan Rulfo, en sus facetas de fotógrafo y narrador, tiene un aspecto común a todos ellos.
Y coinciden con los vacíos interiores que Walker Evans fotografió en los años 1935 y 1936 para la “Farm Security Administration”, que una vez me refrescaron la impresión recibida en la vieja casa parroquial. Nada más que espacios y objetos, las cosas hablan de sus dueños, de unos individuos, de una familia, de un modo de vida austero, rozando la pobreza, pero de una dignidad llamativa.
“Anamnese” registra las huellas de unas vidas que quedaron plasmadas en espacios y objetos que están (como todo) destinados a desaparecer. Pero, frente al tópico “La vida es breve, el olvido largo” hay otra alternativas, que ellos tienen presentes, y que se expresan mediante otro tópico: “La vida es breve, el arte extenso”.
Así, trabajan, lúcidos y resolutivos, sabiendo muy bien en que campo se mueven, trascendiendo el pensamiento débil, el culto a la novedad, el arte ingenioso, descreído y trivial, característico de la época que nos ha tocado vivir.
Erika Yurre y Pedro Salgado conocen el valor de las huellas del pasado y son conscientes de que el tiempo pasa y el arte permanece.
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En Vigilar y Castigar, Michel Foucault compara la sociedad moderna con el diseño de prisiones llamadas panópticas del jurista inglés Jeremy Bentham. Esta cárcel consiste en una composición arquitectónica de cuño coercitivo y disciplinario. Construida en forma de anillo donde la edificación queda en la periferia y dividida en celdas, tiene en el centro una torre con dos grandes ventanas que se abren hacia su interior y otra única para el exterior permitiendo que la luz atraviese la celda de lado. Este ejemplo de vigilancia panóptica Foucault lo consideró como una nueva tecnología de vigilancia y control que transcendería al Ejército, a la educación, a las fábricas, a los hospitales.
Si analizamos el ejemplo de la videovigilancia en el mundo actual y de cómo las cámaras han invadido multitud de espacios, y se han convertido en instrumentos panópticos al servicio de las nuevas tecnologías de vigilancia nos damos cuenta del precedente de Bentham al servicio de controlar y vigilar. A través de esta óptica de vigilancia, Foucault nos dice; la sociedad moderna ejercita sus sistemas de control de poder y conocimiento (términos que considera tan íntimamente ligados que con frecuencia habla del concepto "poder-conocimiento"). Sugiere que en todos los planos de la sociedad moderna existe un tipo de 'prisión continua', desde las cárceles de máxima seguridad, trabajadores sociales, la policía, los maestros, hasta nuestro trabajo diario y vida cotidiana. Todo está conectado mediante la vigilancia, deliberada o no, de unos seres humanos por otros, en busca de una 'normalización' generalizada.
El término panóptico captura no tanto el papel que desempeña la arquitectura y proyectos institucionalizados concretos, como la naturaleza y el devenir de un amplio y complejo espectro de técnicas disciplinarias a través de las cuales los sujetos humanos son transformados en “cuerpos dóciles”. La sociedad moderna ejercita sus sistemas de control de poder y conocimiento. Más que una transformación narrada, esta historia del poder y del saber, connota, una historia del espacio.
Anamnese se han acercado a lo que fueron tres instituciones de vigilancia y control, de la misma condición de las estudiadas por Foucault. Tres símbolos de la modernidad abandonada, la guerra moderna, el hospital y la central nuclear, bunkers de vigilancia y disparo. Tres símbolos, metáforas de una dinámica propia de la modernidad. El antiguo pabellón del sanatorio marino de Gorliz, el puesto de seguridad de la Guardia Civil de la nunca operativa ruina industrial de la Central Nuclear de Lemoniz y las instalaciones militares de Cabo Villano también de Gorliz son los espacios que nos muestran Anamnese. Tres zonas conexas que crean una nueva narrativa, un nuevo paralelismo geográfico por su cercanía. Localizaciones que aunque abandonadas son lugares geográficos calientes que se mantienen en la memoria colectiva de generaciones atrás.
Nos descubren espacios de acceso limitado, bajo la presencia constante de la aventura y del riesgo. Tres escenarios donde la historia más reciente no sólo se desenvuelve en el tiempo, también en el espacio donde los sucesos han tenido lugar. A través de un video, fotografías y frotagges sobre papel, describen tres zonas desoladas. Los frotagges sobre papel registran las formas más sutiles del carácter de la superficie. Superficie en detalle como huella dactilar del territorio que requiere ser mirada siguiendo su factura, su dibujo, palpándola. Por ello, superficie es lo primero que nos sale al encuentro. No podemos eludirla. A través de la superficie nos invitan a visitar un itinerario seleccionado de espacios deteriorados, degradados por su abandono que dan constancia de la existencia de aparatos de vigilancia. Nos proponen una nueva oportunidad para reflexionar sobre la realidad de su existencia. Parecen también preguntarnos ¿de qué tiempo es este lugar? ¿qué historias ocultan? ¿qué relación histórica nos proyectan en la actualidad estas imágenes?
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Andrei Tarkovski nos relata en sus escritos sobre su película Stalker: “En la Zona la naturaleza se expresa aún en libertad, la presencia de la vegetación sobrepasa con mucho la de las ruinas y detritus diseminados por doquier” (…) ”Pero, ¿qué significa «pasado», cuando para toda persona lo pasado encierra la realidad imperecedera de lo presente, de todo momento que pasa? En cierto sentido, lo pasado es mucho más real, o por lo menos más estable y duradero que lo presente”.
Para la realización de bunkernuclearhospitalizado se han sentido atraídos por la energía que fluye en estos espacios donde en su día se libraron y ganaron batallas, Anamnese nos proponen pensar en su significado actual, comprender la importancia de su abandono, por ejemplo: en el tiempo sellado de Lemoniz donde hubo una fuerte controversia y convulsión social. Localizaciones de valor histórico asociadas más o menos a un calentamiento que en su abandono se han atascado y paralizado. Es el desgaste del tiempo, con su apacible violencia, el que hace revivir la piedra, la luminosidad de las texturas, en su pátina y en sus reflejos. En este conflicto que opone la resistencia del material y del alma de la geometría a la negación del tiempo, el deseo de eternidad a la amenaza de la muerte, la naturaleza sigue recogiendo su presencia, cuando aún no es un montón de escombros, cuando aún, en el umbral de su existencia, se intuyen sus líneas y sus formas.
Al recorrer estos espacios interiores bajo la mirada de Anamnese sentimos un extraño placer en su contemplación, nos conmueve, tal vez por su lapso temporal, por su experiencia del tiempo. Es ese espacio de tiempo detenido el que nos atrae por su silencio y paz. Lleva encerrado, tal vez un aura de misterio, de esta manera, la mirada que hacemos de este lugar, adquiere categoría estética. Esta detención ante el tiempo, recuperando la concordancia entre el pasado y el presente nos muestra una experiencia efectiva del lugar que nos induce a una búsqueda de lo intemporalidad.
El video es un montaje audiovisual que simula un solo y único plano secuencia. Planos montados donde se busca trasmitir impresiones. Un tour con sonidos añadidos donde fluyen las emociones y sensaciones. Al igual que el video, las fotografías buscan transferir la excitación que producen estas miserias de la civilización contemporánea.